Hasan Nasrallah: Clérigo que llevó a Hezbollah a la política.
Un ataque aéreo del ejército israelí terminó con la vida de Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah, el pasado viernes en las afueras de Beirut. Su muerte ha generado reacciones intensas en el contexto del conflicto en el Medio Oriente.
Nasrallah, conocido por su turbante negro que simboliza su linaje chií, fue una figura polarizadora. Mientras que muchos lo veneraban como un héroe por su lucha contra la ocupación israelí, otros en Occidente lo consideraban un terrorista responsable de varias acciones violentas. En los últimos días, su imagen había cobrado un nuevo significado entre sus seguidores, quienes lo invocaban ante el peligro que enfrentaban los chiítas y las comunidades palestinas.
Nacido en el barrio humilde de Sharshabuk, en Beirut hace 64 años, Nasrallah vivió en una comunidad marginada. Como el mayor de nueve hijos de una familia que luchaba por sobrevivir, su entorno lo moldeó. La guerra civil libanesa, que estalló en 1975, obligó a su familia a regresar a su pueblo natal, Basuriye, donde la vida transcurrió en un contexto de pobreza y desamparo. Esta experiencia cimentó su compromiso con la resistencia y la defensa de su comunidad chií.
Su conexión con la política comenzó desde joven. A los 15 años, Nasrallah se unió al Movimiento de Resistencia Libanés (Amal), promovido por el clérigo iraní Musa al Sadr. Este movimiento, que buscaba modernizar la identidad chií, fue fundamental en su formación ideológica. Después de trasladarse a Irak para estudiar en el seminario de Najaf, Nasrallah se sumó a Hezbollah en 1982, cuando la milicia recibió apoyo de Irán.
Durante su liderazgo, Hezbollah se consolidó como un actor político significativo en Líbano. Tras ser nombrado secretario general en 1992, Nasrallah llevó a la organización a participar activamente en el proceso político del país, ganando elecciones y formando parte de varios gobiernos. Este acercamiento político se dio paralelamente a una estrategia militar, que incluyó la resistencia a la ocupación israelí y la defensa de los intereses chiítas y palestinos en la región.
La figura de Nasrallah se catapultó especialmente después de la retirada israelí del sur de Líbano en 2000, un hecho que muchos atribuyeron a las acciones de Hezbollah. Su carisma y habilidad oratoria le valieron el respeto y la admiración de millones, tanto en Líbano como en otras naciones árabes, donde se le consideraba un símbolo de la resistencia frente a las potencias occidentales y su aliado israelí.
Sin embargo, su imagen también cargaba con contradicciones que lo mantenían en el ojo del huracán. Aunque se erigió como defensor de los “oprimidos”, su alianza con el régimen sirio de Bashar al Assad, responsable de numerosos crímenes durante la guerra civil, generó críticas en su contra. Además, su apoyo a la lucha palestina fue cuestionado a medida que se intensificaban los bombardeos sobre Gaza, donde la falta de acción significativa llevó a muchos a cuestionar la efectividad de su retórica.
La muerte de Nasrallah ha dejado un vacío en el liderazgo de Hezbollah en un contexto de creciente tensión en la región. Su legado será debatido en las calles de Beirut y en los foros internacionales, donde se enfrentan visiones opuestas. Algunos lo considerarán un mártir que luchó por la causa palestina, mientras que otros verán su desaparición como un cambio significativo en la dinámica del conflicto.
La respuesta de Hezbollah a esta situación será crucial. Con el liderazgo de Nasrallah ya no presente, se plantearán interrogantes sobre la dirección futura de la organización y su capacidad para mantener la cohesión en un entorno político y militar tan volátil como el del Líbano y la región. La comunidad internacional también observa atentamente, anticipando posibles repercusiones en el conflicto israelí-palestino y las dinámicas geopolíticas en el Medio Oriente.